El universo se expande y contrae como un gran corazón.
Se está expandiendo, las más remotas nebulosas
se precipitan a la velocidad de la luz en el vacío.
Se contraerá, las inmensas flotas de estrellas y galaxias, de nubes de polvo y nebulosas
se retirarán al hogar, colapsarán estrujadas unas contra otras en un solo puerto, irrumpirán en un solo nódulo
y entonces lo reventarán, nada puede contenerlas; imposible expresar tal explosión; cuanto existe
ruge en llamas, los torturados fragmentos se precipitan alejándose unos de otros por todo el firmamento, nuevos universos
engalanan el tenebroso pecho de la noche; y en los lejanos confines las nebulosas más remotas, como lanceros a la carga, una vez más
invaden el vacío.
No es de extrañar que nos fascinen los fuegos artificiales
y nuestras bombas gigantescas: tal vez se trate de una especie de nostalgia del hogar, del estruendoso estallido de fuego del que nacimos.
Pero la suma total de todas las energías
que produjeron y contienen al enorme átomo sobreviven. De nuevo se concentrarán en un mínimo cúmulo, todo el poder y la gloria…
y explotarán sin duda una vez más; sístole y diástole: el universo entero late como un corazón.
La paz en nuestro tiempo no fue nunca una de las promesas de Dios; en cambio, una y otra vez, vive y muere, arde y se condena,
el gran corazón late bombeando en nuestras arterias Su vida terrible.
Es tan hermoso que no se puede creer.
Y nosotros, los simios de Dios —sus hijos trágicos— recibimos el beneficio de la belleza.
La vemos más allá de nuestro tormento, ése es el cometido de la vida.
No es un Dios del amor, ni la justicia de una pequeña ciudad como la Florencia de Dante, no es un Dios antropoide
que nos da mandamientos: éste es el Dios despreocupado e incesante. Mira el mar allá en la oscuridad
emitiendo sus destellos en la roca… mira la marea de estrellas… y el ocaso de las naciones… y el crepúsculo
errando con pies blancos y húmedos valle Carmel abajo, al encuentro del mar. Ellos son reales y nosotros somos testigos de su belleza.
Puede que la gran explosión no sea más que una metáfora —no lo sé— de la violencia sin rostro, de la raíz de todas las cosas.
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Estaría bien mencionar al traductor, creo yo.
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